viernes, 6 de febrero de 2015

Otra vez me empieza a doler tu lado de la cama y recuerdo cuando aún eramos, así, en plural. Y es que pierdo las batallas contra este vacío que irónicamente y a modo de burla cínica, ahora lo llena todo, será por esta herida mal curada, pero tengo escondidos del fantasma del olvido tus caricias en la espalda y el sonido exacto de tus dientes contra mi clavícula. Y qué cara pusiste cuando dispuesto a luchar contra los monstruos de debajo de mi cama, te conté que ellos eran mis únicos amigos. Niña de los ojos tristes a la cuál parece que nunca se le acaban las preguntas. ¿Pero cómo iba a dormir sin saber qué te hacen sentir los columpios del parque, a qué te huelen las páginas de un libro nuevo y si te has dado cuenta que tenemos el mismo lunar en la cintura?

¿Cómo no iba a quererte?, por acariciarme las mejillas sigilosamente como a un animal salvaje pero sin la cruel intención de domesticarlo, por realizar la utopía de quererme cuando rasgaba el orgullo, por sacarle la lengua a los niños en la cola del supermercado, por no preguntarme nunca por mi madre, por deshacerme con cosquillas los temores contenidos en mis moños mal hechos, por el:


"Me siento como tú, sin madurar ni querer hacerlo, huelen a todo menos a libros y a nuevo, huelen a acostarse en el césped recién cortado, a nostalgia, a café, y tú niña distraída, ¿Te has dado cuenta que ese lunar es lo primero que beso cada vez que te quito la ropa?"


Pero sobretodo, por confesarme en nuestro fuerte construido con sábanas y sudor, que nunca, nunca habías sido tan feliz, como en un remolino de colores.

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