miércoles, 3 de diciembre de 2014

El "quién sabe" es peor que el "ojalá".

Y quién sabe,
si la primavera sea capaz de colarse entre las grietas de mi pecho (esas que dejaste) y hacer que crezca entre ellas un jardín de margaritas tristes, que haya tantas, que escondan celosamente la cicatriz de lo que fuimos.

Que ocurra un pequeño milagro y cada vez que me busques en otros besos, en otros labios, recuerdes que un día oscuro de noviembre guardé para tí mi vida entera en una maleta, que puse delante de tu puerta. Aquel día toqué el timbre y salí corriendo, sientiéndome una niña de melancolìa caótica otra vez, pero tú, tú nunca abriste. Te dedicaste a observar mi mundo por la nefasta mirilla de una puerta. Y yo me dediqué a unir patosamente los pedazos desquebrajados de mi corazón con un pegamento barato hecho de promesas tuyas y presentimientos certeros de saber en el futuro, cuál de los dos iba a empuñar el arma y cuál a recibir el mudo disparo. Sí, aunque maquille con caricias de una noche y te quieros de segunda mano, la herida de aquella bala aún sigue en el lado izquierdo de mi cuerpo.


Y quién sabe,

si simplemente dejó de gustarte que saltase descalza en la cama, que me pintase de rojo la boca o que te despertase con Benedetti a las tres de la madrugada (lo siento, no podía esperar). Y es que no intentaste abrir los cofres de secretos sucios por el polvo del pasado, que guardo sobre mis pestañas cada vez que lloro. Incluso cuando gritando en silencio te pedí que lo hicieras. Que desde que no me abrazas mi corazón esta lleno de humedades porque esta lluvia incesante de recuerdos me salpica heridas que creía ya cerradas y me inunda con dolor el desierto en el que se ha convertido mi piel desde que no la besas.

Y quién sabe,

si alguna vez podré dejar de admirar (odiar)
cómo pudiste salir entero de esta revolución que llegó a tu vida en el preciso instante en el que entré yo.